miércoles, 19 de noviembre de 2014

Diez razones para decir NO a los transgénicos

Por Silvia Ribeiro*
 Los promotores de los transgénicos (organismos genéticamente transformados = OGT), prometen que éstos serán más nutritivos, aumentarán las cosechas y disminuirán el uso de químicos, y por ello, son la solución para el hambre en el mundo. Deberíamos, nos dicen, aceptar los riesgos que conllevan, ya que todas las tecnologías tienen riesgos y siempre hay quienes no comprenden la ciencia y se resisten a los cambios.

La realidad de los transgénicos nos muestra que no cumplen con ninguna de estas promesas. Por el contrario, producen menos, usan más químicos, generan nuevos problemas ambientales y de salud, crean más desempleo y marginación, concentran la propiedad de la tierra, contaminan cultivos esenciales de las economías y las culturas, como el maíz, aumentan la dependencia económica y son un atentado a la soberanía.

1. La ingeniería genética se basa en más incertidumbres que conocimientos
Los transgénicos son organismos a los que se les ha insertado material genético, generalmente de otras especies, por métodos que jamás podrían ocurrir en la naturaleza.

Estudios recientes, aparecidos en publicaciones científicas (1) postulan que los dogmas centrales de la genética desde la década de 1950, podrían estar fundamentalmente equivocados. Lo grave es que sobre este dogma central ¿equivocado? se están produciendo a gran escala organismos transgénicos que van a parar a nuestros alimentos, medicinas y a la biodiversidad circundante.

 La tecnología de la ingeniería genética tiene tantas incertidumbres y efectos colaterales impredecibles, que no podría llamarse ingeniería ni tecnología. Es como construir un puente tirando bloques de una orilla a la otra, esperando que caigan en el lugar correcto. Durante el proceso aparecen todo tipo de efectos inesperados y los dueños de esta obra, aseguran que no hay evidencias de que tengan impactos negativos sobre la salud o el medio ambiente, y que los que los cuestionan no son científicos. La realidad es peor, porque los transgénicos no son inertes, sino organismos vivos que se reproducen en el ambiente, fuera de control de los que los han creado.

2. Conllevan riesgos para la salud
Si usted fuera a una tienda y viera un anuncio de galletas que dice “no hay pruebas de que sean malas para la salud”, ¿las compraría? Yo no. Y creo que nadie más. Por supuesto, la industria biotecnológica no está buscando estas pruebas. Científicos independientes, como el Dr. Terje Traavik de Noruega, han encontrado en 2004 resultados alarmantes: alergias en campesinos debido a que inhalaron polen de maíz transgénico (2).

Pero la verdadera Caja de Pandora, son los efectos impredecibles: ni los que construyen transgénicos saben qué efectos pueden tener en la salud humana y animal, al recombinarse, por ejemplo, con nuestras propias bacterias o ante la posibilidad de que nuestros órganos incorporen parte de estos transgénicos, como ya ha sucedido en pulmones, hígado y riñones de ratas y conejos. (3) 

3. Tienen impactos sobre el medioambiente y los cultivos
No hay casi estudios sobre los impactos en los cultivos y en el medioambiente. Sin embargo, es claro y tristemente demostrado con la contaminación transgénica del maíz en México, que una vez que los transgénicos sean liberados, contaminarán los demás cultivos, por polen, viento e insectos. Los cultivos insecticidas pueden afectar a otras especies que no son plaga de los cultivos,tal como se comprobó que el polen de maíz Bt afecta a las mariposas Monarca— y en países de gran biodiversidad, los riesgos se multiplican.

En varias de las plantas de maíz contaminadas que se han descubierto en México, se notaron deformaciones.

Según los promotores de los transgénicos, deberíamos aceptar todos estos riesgos, porque necesitamos más alimentos para la creciente población mundial. Pero la producción de alimentos no es la causa del hambre en el mundo. Actualmente se producen el equivalente a 3,500 calorías diarias por habitante del planeta: cerca de 2 kilos diarios de alimentos por persona, lo suficiente para hacernos a todos obesos. (4) El hambre en el mundo no es un problema tecnológico. Es un problema de injusticia social y desequilibrio en la distribución de los alimentos y la tierra para sembrarlos. Los transgénicos aumentan estos problemas.

5. Cuestan más, rinden menos, usan más químicos
Desde que Estados Unidos comenzó con los transgénicos en 1996, el uso de agroquímicos aumentó en 23 millones de kilos.

Los cultivos transgénicos también producen menos. El cultivo más extendido, que es la soya tolerante a herbicidas (61% del volumen de transgénicos en el mundo) produce entre de 5 a 10% menos que la soya no transgénica. (5)

Las semillas transgénicas son más caras que las convencionales. Esto hace que en algunos casos, aun cuando provisoriamente haya un pequeño aumento de producción, éste no compensa el gasto extra en semilla. La industria biotecnológica arguye que esto no puede ser verdad (¡aunque lo sea!), porque entonces los agricultores estadunidenses no usarían estas semillas. Lo cierto es que la mayoría no pueden elegir, ya no tienen sus propias semillas, hay falta de opciones en el mercado y tienen fuertes ataduras con las multinacionales semilleras.


6. Son un ataque a la soberanía
Prácticamente todos los cultivos transgénicos en el mundo están en manos de cinco empresas transnacionales. Son Monsanto, Syngenta (Novartis + AstraZeneca), Dupont, Bayer (Aventis) y Dow. Monsanto sola controla más de 90% de las ventas de agrotransgénicos. Las mismas empresas controlan la venta de semillas y son las mayores productoras de agrotóxicos. (6) Lo cual explica porqué más de las tres cuartas partes de los transgénicos que se producen en realidad —no en la propaganda— son tolerantes a herbicidas y aumentan el uso neto de agrotóxicos.

Aceptar la producción de transgénicos significa entregar a los agricultores, de manos atadas, a las pocas transnacionales que dominan el negocio y enajenar la soberanía alimentaria de los países.

7. Privatizan la vida
Todos los transgénicos están patentados, la mayoría en manos de las mismas empresas que los producen. Esto significa un atentado ético, en tanto son patentes sobre seres vivos, y además son una violación flagrante a los llamados “Derechos de los Agricultores” reconocidos en Naciones Unidas como el derecho de todos los agricultores a guardar su semilla para la próxima cosecha. Las patenten impiden esto y obligan a los agricultores a comprar semillas nuevas cada año. Si no lo hacen, se convierten en delicuentes. Las empresas multinacionales de transgénicos tienen iniciados cientos de juicios a campesinos de Norteamérica, por “uso indebido de patente”.

8. Lo que viene: semillas suicidas y cultivos tóxicos
La próxima generación de transgénicos incluye cultivos manipulados para producir sustancias no comestibles como plásticos, espermicidas, abortivos, vacunas. En Estados Unidos hay más de 300 experimentos secretos (pero legales) de producción transgénica de sustancias no comestibles en cultivos: fundamentalmente en maíz. Se nombra la producción de vacunas en plantas como si esto fuera algo positivo: ¿pero qué sucedería con estos farmacultivos si se colaran inadvertidamente en la cadena alimentaria? La mayoría de nosotros ha sido vacunado contra algunas enfermedades -¿pero se vacunaría usted todos los días? ¿qué efectos tendría esto?. Ya se han producido escapes accidentales de estos cultivos.

En México, la siembra de maíz transgénico está prohibida y sin embargo desde el 2001 se ha encontrado contaminación del maíz campesino en varios estados de la república, al Norte, Centro y Sur del país (7). ¿Cómo sabremos que no sucederá con estos maíces? ¿Quién lo va a controlar, si las propias autoridades de la Secretaría de Agricultura firmaron en noviembre del 2003 un acuerdo con Estados Unidos y Canadá que les autoriza hasta un cinco por ciento de contaminación transgénica en cada cargamento de maíz importado que entra a México?

Las empresas que producen transgénicos están desarrollando diversos tipos de la tecnología “Terminator”, para hacer semillas “suicidas” y obligar a comprarlas para cada siembra.

9. La coexistencia no es posible ni el control tampoco
Tarde o temprano, los cultivos transgénicos contaminarán todos los demás y llegarán al consumo, sea en los campos o en el proceso post-cosecha. Según un informe de febrero 2004 de la Unión de Científicos Preocupados de Estados Unidos, un mínimo de 50 por ciento de las semillas de maíz y soya, de ese país que no eran transgénicas, están contaminadas. El New York Times (1-3-04) comentó sobre esto “Contaminar las variedades de cultivos tradicionales es contaminar el reservorio genético de las plantas de las que ha dependido la humanidad en gran parte de su historia. (…) El ejemplo más grave es la contaminación del maíz en México. La escala del experimento en el que se ha embarcado a este país —y los efectos potenciales sobre el medio ambiente, la cadena alimentaria y la pureza de las semillas tradicionales— demanda vigilancia en la misma escala”.

Para detectar si hay transgénicos, dependemos de que la propia empresa que los produce nos entregue la información, cosa que son renuentes a hacer, y por la que ponen altos costos que cargan a las víctimas de la contaminación. “Casualmente”, luego de que se han sucedido los escándalos de contaminación, se ha hecho cada vez más difícil detectarlos.8

10. Ataque al corazón de las culturas
La contaminación del maíz en México, su centro de origen, concentra todos los problemas que describimos hasta aquí, pero además es un ataque violento al corazón mismo de las culturas mexicanas: a su vasta cultura culinaria y los mil usos que se le dan al maíz, a sus economías campesinas, a las bases de la autonomía indígena. Con esta guerra biológica al maíz tradicional, las transnacionales podrían apropiarse y privatizar este tesoro milenario y colectivo de los mesoamericanos, obligando a los creadores del maíz a pagar para seguir usándolo en el futuro.
Las empresas multinacionales productoras y distribuidoras de transgénicos, así como los que favorecen las importaciones de maíz OGT, los que quieren levantar la moratoria que impide sembrar maíz OGT, o aprobar una ley de bioseguridad para legalizarlos, asumen una inmensa deuda histórica que los pueblos de México no van a permitir ni olvidar.

Aldo González zapoteco de Oaxaca, resume:
“…somos herederos de una gran riqueza que no se mide en dinero y de la que hoy quieren despojarnos: no es tiempo de pedir limosnas al agresor. Cada uno de los indígenas y campesinos sabemos de la contaminación por transgénicos de nuestros maíces y decimos con orgullo: siembro y sembraré las semillas que nuestros abuelos nos heredaron y cuidaré que mis hijos, sus hijos y los hijos de sus hijos las sigan cultivando. (…) No permitiré que maten el maíz, nuestro maíz morirá el día en que muera el sol”.

Notas:
(1) Wayt Gibbs,W, “The Unseen Genome” en Scientific American, noviembre 2003. Ver también grain, “Blinded by the Gene”, en Seedling, Setiembre 2003, www.grain.org
(2) Ribeiro, Silvia, “Transgénicos, salud y contaminación” en La Jornada, México, 20-03-2004
(3) New Health Dangers of Genetically Modified Food Discovered, Boletín de prensa del Institute for Responsible Technology, citando los estudios de Terje Traavik, del Norwegian Institute for Gene Ecology, Malasia, 24-02-2004
(4) Moore Lappé. F, Collins J y Rosset Peter, World Hunger: 12 Myths, Food First Books, Estados Unidos, Oct. 1998.
(5) Benbrook, Charles, Tiempos problemáticos en medio del éxito comercial de la soja Roundup Ready, Northwest Science and Environmental Policy Center, AgBioTech InfoNet, Technical Paper # 4, Estados Unidos, 2001. http://www.biodiversidadla.org/arti…
(6) Grupo etc, etc Communiqué # 82: Oligopolio sa, Nov/Dic 2003, http://www.etcgroup.org/article.asp…
(7) Contaminación del maíz en México: mucho más grave. Boletín de prensa colectivo de comunidades indígenas y campesinas de Oaxaca, Puebla, Chihuahua, Veracruz, ceccam, cenami, Grupo etc, casifop, unosjo, ajagi, Oct 2003
(8) Heinemann, Jack A. gm Corn in New Zealand: a case study in detecting purposeful and accidental contamination of food. Ponencia en el seminario científico para delegados al Protocolo Internacional de Cratagena sobre Bioseguridad de la Red del Tercer Mundo y el Institute de Gene Ecology, Malasia, 22-02-2004.
*Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo etc, http://www.etcgroup.org
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Fuente: La Jornada, publicado originalmente el 17 de abril de 2004: http://www.jornada.unam.mx/2004/04/17/tras-razones.html

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Pueblos de la yuca brava. Historia y culinaria

Como resultado del trabajo realizado durante los últimos años, el antropólogo Alberto Chirif acaba de publicar el libro titulado Pueblos de la yuca brava. Historia y culinaria. La edición y publicación del libro ha contado con el auspicio de las siguientes instituciones: ORE y Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA por sus siglas en inglés), ambas de Dinamarca; Nouvelle Planète de Suiza y el Instituto del Bien Común del Perú. El libro es el resultado de una investigación hecha por el autor sobre la historia y culinaria de los pueblos indígenas de la Amazonía peruana que cultivan y procesan la yuca “brava” o venenosa como producto central de su alimentación: Huitoto, Ocaina (ambos del tronco lingüístico Huitoto), Bora (único representante del tronco del mismo nombre) y Secoya o Airo Pai (Tucano Occidental). Los cuatro se ubican en la parte norte de la región de Loreto, provincia de Maynas.
La llamada “yuca brava” o “yuca amarga”, mortalmente venenosa en estado natural dado su alto contenido de ácido prúsico o cianhídrico, una vez procesada se convierte en apta para el consumo con ventajas comparativas frente a la yuca no venenosa por su mayor contenido de almidón y por elaborarse con ella alimentos, como el casabe, que constituyen productos almacenables. Es la inteligencia de esas sociedades la que ha hecho que opuestos tan marcados como veneno y alimento, muerte y vida, sean superados mediante la elaboración de un producto al servicio de la sociedad.
La bibliografía general suele diferenciar entre la yuca brava o amarga y la dulce, llamadas en la literatura en inglés “bitter” y “sweet”, respectivamente. De acuerdo a Chirif, el desarrollo de este trabajo le hizo dar cuenta de que algo dificultaba su comunicación con la gente de las comunidades que visitó para realizar el trabajo. Fue así que se dio cuenta de que por “yuca dulce” la gente entendía algo distinto a lo que él pensaba y que manejaba una tercera categoría sobre la que nunca había escuchado: la “yuca buena”. Esta categoría corresponde en realidad a lo que la sociedad urbana conoce como yuca dulce, es decir, aquella que puede ser consumida hervida, asada o frita sin problema alguno para la salud. En cambio, los indígenas consultados llaman yuca dulce a una que produce un tubérculo suculento, con bajo contenido de almidón y que sirve únicamente para hacer refrescos. No obstante, el jugo que se obtiene rallando la yuca debe ser también hervido antes de consumirse ya que también contiene cierto porcentaje de ácido cianhídrico. Los huitoto de La Chorrera (Amazonía colombiana) hacen la misma diferenciación, y le llaman “yuca de comer” a la que sus paisanos del Perú denominan “yuca buena”.
Interrogado el autor sobre por qué ha limitado su trabajo sólo a pueblos que cultivan y consumen la yuca brava, señala dos razones principales. La primera es el hecho extraordinario de la conversión de un producto venenoso en alimento. Aunque se sabe bien que se trata de un proceso físico y químico de tratamiento de la yuca para volverla comestible, la explicación científica no agota el acto maravilloso de que un fruto dañino sea convertido en un producto cultural benéfico. La eliminación del veneno es un proceso sencillo en su aplicación, en la medida que no requiere de instrumental complicado, pero complejo en su descubrimiento porque se debe haber llegado a él siguiendo caminos del saber que aún están por dilucidar. Es, además, muy laborioso, en especial cuando se trata de aprovechar sus subproductos, como los jugos venenosos para preparar una pasta picante.
La otra razón es que los pueblos indígenas que utilizan la yuca brava como producto central para la preparación de sus alimentos tienen una culinaria más compleja y variada que aquellos que no la emplean. Este trabajo no se limita a dar cuenta de la elaboración de comidas a partir de la yuca brava, sino que también incluye anotaciones sobre sus conocimientos y técnicas culinarias en general y, en algunos casos, acerca del entorno social en el que la gente consume los alimentos. El documento se completa con información histórica y actual de cada uno de esos pueblos. En otras palabras, el presente no es un libro de cocina aun cuando aborda el tema de la culinaria y presenta recetas para la preparación de algunas comidas. Este libro pretende ser solo una primera aproximación a un tema mucho más vasto, en la medida que la alimentación en los pueblos indígenas compromete su universo entero de conocimientos, creencias, modos de organización y de relacionamiento con el monte y los seres tutelares de las plantas y animales.
Biodiversidad, diversidad cultural y culinaria
El Perú es uno de los doce países megadiversos del mundo debido a la gran variedad de ecosistemas que posee. De las 104 zonas de vida establecida por el sistema Holdridge, Perú posee 84 y 17 transicionales, entre desiertos, páramos alto andinos, bosques tropicales, tundras, bosque seco tropical, bosque seco subtropical y otras, además de ocho provincias biogeográficas y tres grandes cuencas hidrográficas que contienen 12 201 lagos y lagunas, 1007 ríos, así como 3044 glaciares. En el Perú existen 25 000 especies de plantas (10% del total mundial), de las cuales al menos 30% son endémicas. De ellas, la población utiliza más de cinco mil en diversos usos: alimenticios (782 sp), medicinales (1400 sp), ornamentales (1608 sp), para madera y construcción (618 sp), forrajes (483 sp), tintes y colorantes (134 sp).
Pero la biodiversidad sería un referente estático si no hubiese existido, paralelamente, una gran diversidad cultural en el pasado que no sólo la aprovechó sino que la fomentó y, por supuesto, la cuidó. En efecto, sobre el territorio que hoy ocupan Perú y Bolivia florecieron las principales civilizaciones de esta parte del Continente. En este sentido ni los cultivos ni las especies animales son productos “naturales” sino más bien culturales dado que se deben a la inteligencia y capacidad de conocer y experimentar de dichas civilizaciones.
Una de las maneras en que la diversidad se expresa en el Perú es a través de la culinaria. Sobre la base de una herencia biológica y cultural ancestral y con la contribución posterior de nuevos productos al parecer traídos por los chinos (como el arroz y el plátano originarios del Asia) y también por los europeos, y de nuevas técnicas de cocina aportadas por inmigrantes llegados durante la Colonia y la República (principalmente, árabes, españoles, chinos, japoneses, africanos, franceses e italianos), la culinaria peruana ha desbordado las fronteras nacionales y ha proyectado su influencia hacia otros países de América y de Europa. La culinaria es hoy uno de los aspectos más dinámicos de la cultura nacional, ya que siempre continúa a la búsqueda de nuevos rumbos y fusiones que la enriquezcan.
Sin embargo, la culinaria peruana tiene dos grandes deudas. La primera es destacar y rendir homenaje a quienes lograron en el pasado la domesticación de las especies de flora y fauna que hoy constituyen los insumos indispensables de la cocina nacional. Y no sólo se trata de destacar los productos que legaron, sino también sus métodos de cultivo utilizando suelos hoy abandonados porque la agroindustria, la agricultura intensiva de monocultivos no los toma en cuenta. Es el caso de las laderas de los cerros trabajadas como graderías (andenes) con la finalidad no sólo de ganar tierras para el cultivo sino también para evitar la erosión y administrar sabiamente las aguas, y hacer que la humedad llegue desde las partes altas a las bajas. Es también el caso de los waru waru, camellones levantados en zonas inundables a orillas del lago Titicaca para cultivar en su parte más elevada, método que no sólo gana tierras sino que crea un microclima, ya que el agua circundante eleva la temperatura y protege los cultivos de las heladas. Es también producto de la inteligencia de las antiguas civilizaciones indígenas las obras de irrigación hechas en los desiertos costeños. Diversos arqueólogos que han investigado la civilización Moche, que floreció en el área de las actuales regiones de Lambayeque y La Libertad, en la costa norte del Perú, entre 300 a.C. y 600 d.C., afirman que en ese tiempo se cultivaban extensiones mayores de tierra que las actuales, y con mayor conocimiento del medio, gracias a las obras de irrigación.
La segunda deuda tiene que ver directamente con las culinarias indígenas, aún poco conocidas en el resto del país, a pesar de que algunas de las cocinas regionales del Perú han recogido platos y técnicas de las cocinas indígenas que, posteriormente, se han integrado como parte de la propuesta culinaria nacional. Es el caso de la pachamanca (literalmente, “olla de la tierra”), técnica ancestral para cocinar alimentos propia de los Andes que consiste en calentar piedras en una hoguera que luego se colocan en un pozo cavado en la tierra. Envueltos en hojas de plátano, los alimentos se ordenan, de abajo hacia arriba, de acuerdo a sus propias necesidades de cocción (más o menos calor) y del tiempo que demoran en cocerse, y luego son cubiertos por capas de tierra. Se trata de una técnica indígena pero que ha incorporado nuevos productos, como el cerdo, el carnero y el queso.
La elaboración del libro
El de Chirif no es un libro de cocina, aun cuando aborda el tema de la culinaria de pueblos que usan la yuca brava y da algunas recetas. Es más bien un libro que intenta una aproximación histórica a pueblos que sufrieron la época del caucho, en la que destaca su capacidad de resistencia para sobreponerse a la barbarie, así como a su cocina que es un campo especial de expresión de su fino conocimiento y creatividad. En el caso de la yuca brava, la conversión de un veneno en alimento, es decir, de la muerte en vida es un hecho asombroso.
El autor señala que aspira con este libro llegar a alumnos de colegio y de universidad, así como al público en general; y que espera con él aportar a la lucha contra el racismo, tara que no se combate con eslogan sino poniendo en evidencia los conocimientos y aportes que han legado los pueblos indígenas a la Humanidad.
Estructura del libro
Además de una introducción en la que el autor explica el por qué de este libro, contiene ocho capítulos con los siguientes títulos: 1: La yuca alimento solidario (origen, difusión, domesticación e importancia de la yuca en el mundo); 2: Bora, Huitoto y Ocaina, una historia de resurgimiento (historia colonial y republicana de estos pueblos, hasta el surgimiento de las actuales organizaciones y sus propuestas. Incluye una mirada de lo que pasa con ellos en Colombia; 3: Los Secoya, historia, hábitat y problemas actuales; 4: La historia contada en primera persona (relatos actuales de boras, huitotos y ocainas sobre cómo llegaron al Perú desde Colombia después de la época del caucho; 5: La tierra tiene forma de seno de mujer (mitología y culinaria de los Bora); 6: Al principio reinaba el vacío (mitología y culinaria de los Huitoto); 7: La cocina sagrada de los Ocaina (mitología y culinaria de los Ocaina); 8: El primer hombre nació de un huevo (mitología y culinaria de los Secoya).
Por último, incluye bibliografía, vocabularios del castellano regional loretano y nombres comunes y científicos de las especies de flora y fauna mencionadas en el libro.